martes, 1 de marzo de 2016

Cada átomo de nuestro cuerpo tiene millones de años

Las pequeñas gotas
uñas en el tablero una música
ancha, baja, serena, una liebre que duerme la siesta.
Un espacio alejado de los bordes titubea
parece que late
quizá tiene miedo, por eso
no se detiene entre sístole y diástole.
Las piedras nos perciben blandos y amarillentos,
qué suaves que son los humanos, piensan, qué inútilmente vertebrados,
qué vagamente estructurados. Y el hombre discute con un otro imaginario
que argumenta moralejas, exhala leyes entre nubes de gas carbónico,
exige el socorro de algún sustantivo aún más abstracto,
experimenta los límites como si fueran cárceles de acero inoxidable
y nunca se olvida
de que muere,
de la muerte,
de lo muerto,
lo que muere.

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