viernes, 14 de enero de 2011

Iteración

Nunca estuviste más cerca que ahora. Qué te puede hacer la hierba si tan solo vas a recostarte ahí por un momento. Nos vivimos volando de los nidos que nos vieron nacer y aprendemos a transitar reptando a través del suelo pulcro. Ellos barrieron para que tú puedas acostarte ahí. Muchas gracias abuelo. Y no lo digo por nadie, sino por la tierra; por los pedazos de montaña que antes eran el fondo del mar. Entiéndeme. No me la creo tanto como para venir a decirte de hacer lo que quieras, pero hazlo.
En el principio no había nada y casi no puedo, me cuesta, empezar a describirles todo lo que hay aquí ahora. No podríamos volver atrás y me tiemblan las manos si me anticipo a pensar que ya lo hemos hecho. De cómo es que nos comunicamos y podemos comprendernos. No sé todavía si somos capaces de creer en eso pero, una vez más, estuviste conmigo, toqué tu carne y estaba tibia. Recortes de matas que echan raíz donde quiera que haya un poco de tierra y florecen pronto en pétalos de colores, crecen como la tinta en la tela. Hemos conseguido estampar la luz en nuestro pecho y probar la frutas pequeñas, agrias, romper la nueces, morder las cáscaras. En el interior está lleno de pequeños núcleos, membranas delgadas que conservan agua, acopian cristales, se tornan amarillas y brillantes, se oxidan y se pudren. Descubrimos los lustros, las estaciones. Las bajadas, las películas. Hazte una, en la que aparece un lago muy hondo y la orilla está cubierta de polvo de piedras. Las almejas se reúnen donde las olas se hacen nudo y permanecen allí, como quien muere para volverse tierra de vuelta, en un listado que jamás se arredra de objetos -sujetos- que se suceden.
Deberías tranquilizarte un poco: sentarte a contemplar el cielo y no decírselo a nadie. Pero cuando yo llegué, tú ya estabas formado en la fila; o será que te conozco desde que te vi acercarte, a lo lejos, y eras pequeño y gris, y no sabía tu nombre. Roberto, Euménides, Marucha, siéntate aquí. Acuérdate dónde dejaste las llaves. Ya acuéstate que tienes frío. Cuando llegó a la dimensión número dieciséis dejó el lápiz a un costado, suspiró y miró alrededor: la habitación estaba vacía.
No esperes nada de mí. Menos aún si logro convencerte de que todo es posible. Te invité para que pudieras mirar en aquellos ojos; esta es la gente que he amado y nunca se irán. ¿Te persiguen? Sí... más o menos eso. Continúan estando en mi sangre lívida por volverse oscura. Detrás de los postigos, junto con toda esa luz. Y si te vas, enséñame cómo dejas abierta la puerta.

sábado, 1 de enero de 2011

Fwd 2011

Envié este mensaje a mis seres queridos para despedir el año. Fueron ellos, con la enorme generosidad que los caracteriza, los que me aconsejaron postearlo aquí. A ellos están dedicadas estas líneas:

En los cuadros de esta nostalgia de calendario gregoriano tan predecible, hay calles y noches, luces de todos colores, escritorios y asientos, cortinas, telones, sábanas, bolsas de dormir, pañuelos desechables, vendas. Montones de manos que se alcanzan objetos unas a otras. Fuentes, ríos, regaderas, baños públicos. Aeropuertos y terminales de autobús, estaciones del metro que se vacían de toda esa gente que espera en tan poco espacio... y quedan sólo los ecos de algunos pasos solemnes que ya no se apuran porque es demasiado tarde.
Lunas cortadas por la mitad, de color amarillo, durazno, blancas. Mañanas que llegan sin haber dormido, en las que los propios párpados pueden sentir los ojos desvelados y atentos a la claridad inesperada. El calor que enrojece las mejillas hasta que laten por sí mismas como dos corazones sonrientes y ansiosos de llegar al lugar en el que se los espera. La primavera y el otoño sólo son los matices que las plantas nos barren y nos llueven, confiándonos, en un cifrado de sonidos, que todo llega y todo se va, pero sobre todo, continúa.
Serán ya cientos de miles los kilómetros de carretera. Otra vez las noches sin dormir esperando para irse, otra vez las sábanas que los pies retuercen anticipando el movimiento para levantarse, bañarse, cambiarse y abrir otra vez la mochila para comprobar si está todo, ojalá esté todo, y cerrarla e irse... Los kilómetros de vuelo por sobre las nubes que cuando se esconde el sol ya no se sabe si son nubes o mares, o desiertos de sal o montañas de arena. Los caminos que se ven desde allá arriba, increíblemente perfectos, que lo atraviezan todo, todo de una manera en la que pareciera indiscutible que somos parte del universo. Caminos como flores gigantes, como las venas de los empeines, como tallos de apio, como alas de insecto como velas de barco. Desde allá arriba no se distingue ningún error. La vida persiste de la única forma en la que sabe hacerlo: repitiéndose a sí misma, filtrándose en todo lo que existe. Por sobre las nubes distinguiendo a los que están abajo como nidos de luciérnaga, tan pequeños o lejanos que no se sabe si son fósforos, lámparas, haciendas o pueblos. Cómo hemos poblado este mundo tan grande que el horizonte se curva, los ojos son esferas, damos vueltas alrededor del sol y bailamos en ronda. A pesar de la distancia podemos encontrarnos. Aquí mismo, a la hora de la siesta, en cada palabra que se formula está la certeza de ti.
Todos los libros que se tratan de lo mismo. Las letras en diferentes lenguas que se entienden de todas formas. Con la cabeza rapada y el cuerpo desnudo formamos un ejército de los mismos seres que descubren que tienen cosas en común con todos los otros, incluso aunque no lo deseen o aunque no puedan verlo. Un millón de veces más escribiré esta carta para decirles que los llevo adentro mío porque todas las cosas me recuerdan a ustedes, me acompañan de ustedes, nos reúnen eternamente y al final no queda ninguna frontera o límite, ninguna separación ni distancia o pasado posible y solamente el cariño, la luz que irradia de lo invisible.
Feliz 2011.