martes, 27 de mayo de 2008

Pájaro que brilla:

No siempre se puede ser primavera...
Ha de morir lo que haya nacido.
Brillan las lágrimas y la saliva,
las cucarachas también vuelan.

No brotará lo que no hayas tendido:
equinoccio la marea no tejerá nuestro duelo.
Quedar despierta aunque sólo fuera mi puño,
sin párpado el otoño, sin lengua el alfarero.

Antes, tendría que infectarse todo lo inmune:
el agua brilla en el fondo de un pozo seco.
Así como el barro ha fraguado en ladrillo,
también en la almohada han quedado los sueños.

Hazte estambre, Pájaro que brilla, abrígate en mi pluma,
recuéstate en mi apéndice.
Brilla también el hielo... vuela tu nido y vuela lejos.

jueves, 22 de mayo de 2008

Antonio di Benedetto, alquimista.

He aquí un ensayo que escribí sobre Zama, novela de este magnífico autor argentino. Si hacen clic en el vínculo pueden leer el primer capítulo de la novela y si exploran en esa página pueden encontrar más de su trabajo y ensayos de otros autores acerca de su obra. También recomiendo el prólogo a El silenciero escrito por Juan José Saer.

A veces dar una opinión es cosa difícil, sobre todo cuando uno es interpelado por una obra y después se exige tomarle cierta distancia para poder objetivarla. Pero me doy cuenta que eso no es necesario, tal vez ni siquiera posible, sino más bien es uno de esos pedidos periodísticos que uno trae tatuados en la frente y contra los que se tiene que luchar para acceder a la creación verdadera. Antonio Di Benedetto es un asombroso ejemplo del carácter del creador, el daño está hecho y hacer un ensayo sobre el efecto que su obra tuvo en mí me aleja de toda posibilidad objetiva.
Zama fue escrita en la década de los cincuentas. Di Benedetto tenía treinta y un años cuando terminó de escribirla. Albert Camus, que era nueve años mayor que Di Benedetto, publicó El extranjero nueve años antes de la primera edición de Zama. Tal vez no quepa la menor duda de que Antonio leyó a Camus pero ese no es un dato posible de ser verificado por mí. Lo que en realidad trasciende no es que estos autores se hayan reconocido uno al otro, ni que hubiera sido sólo Di Benedetto el que se encontrara con el trabajo de Camus; lo que verdaderamente importa son las resonancias entre dos seres humanos en dos costados del mundo, movidos por algo distinto que, al transmutarse en literatura, da a luz obras hermanas.
Imagino un encuentro entre el Diego de Zama de Di Benedetto y el Sr. Mersault. Beberían en silencio. Parecerían a media distancia dos hombres indiferentes a todo, inabordables, de esos a los que los niños no se acercan. Pero hay una profunda y sutil diferencia entre los dos: A Mersault no le importa estar ahí, simplemente no pude importarle, le da exactamente lo mismo eso que cualquier otra cosa. Zama, en cambio, guarda un brillo febril en las pupilas. Reconoce la naturaleza de Mersault parecida a la suya, huele la sensibilidad.
Cuando leía El extranjero tenía ganas de correr hacia él y prenderlo de los hombros, gritarle por qué nada te importa, por qué nada te conmueve. Sentí a lo largo de toda la lectura una profunda frustración y una gran tristeza y distinguí en Mersault a un hombre completamente distinto a mí. Confieso que Zama produjo en mí el efecto contrario. Zama es un guerrero doble: por un lado defensor de su propio carácter de tan humana factura, perfecto balance entre humildad y soberbia. Por el otro, se defiende de la naturaleza misma del hombre y mantiene un estrecho duelo con ella. Las más de las veces es sometido por esa fuerza superior a la suya, mas nunca sucumbe. Sobrevive. Zama no se niega a la vida ni a su exhuberancia pero la padece. Si la historia estuviera contada en tercera persona parecería que Zama sufre como cualquiera. Como es él el que nos la está contando nos damos cuenta de que no es así. Estamos frente a un ser sensible que enuncia su percepción del mundo, delineada por el exilio, el extrañamiento, la desesperación y la esperanza, las necesidades del cuerpo, las inquietudes de la conciencia. Zama es un ermitaño y sin embargo no renuncia a nada que pueda procurarse. Sólo que su albedrío está limitado por sus circunstancias, la geografía de la tierra que pisa, la jerarquía que ocupa en su sociedad, como el del resto de los hombres.
Di Benedetto crea un universo completo y concreto, luego lo acuesta en el suelo y unge cada centímetro de su superficie con manteca clarificada. Después que la grasa ha aprehendido todos los humores, el alquimista la retira y la separa en partes. Destila a fuego lento una pequeña cantidad. Las pocas gotas de extracto caen por el extremo de la pipeta a un embudo y dentro de un frasquito. El alquimista tapa el frasco y escribe una etiqueta con letra manuscrita: Za-ma. Una muestra única de la condición de ese universo concebido, esencia depurada y pulcra, el autor de esta novela ha sintetizado en ella algo que parece vulgar porque todos lo deseamos, pero que los demás seres sensibles valoran de sobremanera. Lo que las religiones prometen y menosprecian. Lo que importa verdaderamente para quienes existen, prueba de que a la ontología le sobra un pedazo; ser y seguir siendo es a lo que aspira el hombre. En ese frasco está la vida eterna reducida a algunas gotas y la trascendencia casi tangible del alquimista que logró crear algo vivo sólo con palabras.
Yo destapé el frasco. El aroma evocó ante mí un hombre espejismo que no me atreví a tocar, mas pude verlo encarnado. Pude oler entre sus clavículas con los ojos cerrados, sentir el calor y la templanza de su cuerpo, mirar en sus ojos la pasión y la aversión por la vida. Poseía tres almas: la del alquimista, la del personaje ficticio y la del hombre que fue y contenían a todas: las de todos los hombres. También la mía, también yo formaba parte de ese espejismo. El hombre me contó su historia, en su voz sonaban las tres en un acorde. Mientras hablaba quise ser parte de esa historia, deseé haberme cruzado por su camino, que él me deseara. Sentí celos de Marta, de Rita, de Lucrecia, de Emilia, quienes compartieron con él la vida, el mundo, la carne. Quise tocarlo pero me contuve. Prolongué nuestro encuentro sin darme cuenta de que lo hacía, escuchando los ecos, los susurros de las otras voces que componían la suya, sintiendo que lo comprendía de una manera tan profunda que aún ahora me sigue consumiendo en la conciencia. Fui flechada, empalada, por ese ser y por esta novela. La herida no se ve, pero el olor del espejismo permanece, lo puedo saborear. Sigo escuchando los ecos y disfrutando el dolor que me infringió en la piel. Si se infecta o cicatriza no me importa. Me queda, humilde y soberbio, el orgullo de haber sido cautivada por su trino y el deseo de que algún día otros escuchen mi voz en esas voces.
Antonio Di Benedetto nació en el mismo lustro que Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Francisco Tario, José Revueltas, José Alvarado, Marguerite Duras y creo que las obras de estos autores tienen resonancias entre sí. Desciende de autores como Franz Kafka, James Joyce, Marcel Proust, Virginia Woolf, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Samuel Beckett, William Faulkner, Ernest Hemingway, Alejo Carpentier, Juan José De Soiza Reilly, Roberto Arlt o Jorge Luis Borges. Otros escritores más recientes han confesado el efecto de interlocución que les produjo Di Benedetto, como Juan José Saer, Ricardo Piglia o Roberto Bolaño. Saer reúne a Di Benedetto con los narradores existencialistas.
Con esa manteca embebida de su propio universo, Di Benedetto fue creando, al parecer, todo su trabajo literario. Nos enseña que no se puede ser tan poco tenaz como para creer que basta con tener un universo; el acto sublime se lleva a cabo cuando ese universo queda representado, convertido en arte. Empecé con Zama, seguí con Cuentos del exilio y ahora estoy leyendo El silenciero. No cederé hasta haber leído cada una de sus palabras publicadas y si de ahora en adelante me fuera prohibido leer a cualquier otro autor, me parecería justo. Conocer tan solo lo inteligible de un universo distinto del mío, cada una de las partes que fueron susceptibles de ser escritas por esa asombrosa voz, tal vez sería suficiente para alimentar este hambre. Quién mejor maestro que uno que se dedicó a ponderar la existencia humana aparentando incluirlo todo y logrando salirse con la suya. Yo pude sentirlo como si fuera verdad y nada más contemplé unas de sus constelaciones. No puedo esperar a lo que sigue.

sábado, 17 de mayo de 2008

Consideraciones nominales para el éxito de una banda de metal


Si está muerto, puede servir:

Gato muerto
Perro muerto
Vaca muerta
Gallina muerta (La degollada ya la escogió Quiroga)

En caso de que alguno de los nombres anteriores ya esté registrado o no funcione, siempre se puede acudir al idioma inglés, cuya tradición metalera asciende por las ramas del árbol genalógico probablemente hasta John Milton. Escuchen: Siéntanlo: Inglés británico.

Dead Cat
Dead Dog
Dead Cow --> !!!!
Dead Hen


O bien agregar el artículo determinado para sumar contundencia y originalidad, en cualquiera de los dos idiomas:

El gato muerto
El perro muerto
La vaca muerta
La gallina muerta

The dead cat
The dead dog ---> Bellísima aliteración
The dead cow ---> Tiene potencial
The dead hen

El indeterminado si se quiere sugerir no sólo el carácter tanático, sino también cierto aire de búsqueda experimental:

Un gato muerto
Un perro muerto
Una vaca muerta
Una gallina muerta

A dead cat
A dead dog
A dead cow
A dead hen
(Nótese, en todos los anteriores, la influencia de Poe)

Ahora, sucede que en la lengua española surte mejor efecto utilizar nombres de animales domésticos, ya que de otro modo la banda pierde espíritu metalero por acercarse más al tono National Geographic.

Ej:
tortuga muerta
Jirafa muerta
Venado muerto

En cambio, además del uso del artículo, la larga tradición inglesa del metal siempre resulta una buena solución ya que puede adquirir el nombre un carácter mitológico como en los siguientes ejemplos:

A dead turtle
Dead jiraffe
The dead deer ---> Otra vez!!!! Aliteración

*NOTA: no olvidar lo de la muerte.

Hasta aquí hemos podido observar que, si bien es importante el uso del idioma español para permitir la identificación del público, es en verdad el inglés el vehículo para convertir cualquier nombre (incluso uno aparentemente destinado al fracaso) en el de una existosa banda de metal. De este modo una de las otras consideraciones que hay que tener es la de el siempre vigente efecto de que lo que sea que esté muerto esté también el algún estado de descomposición o con los fluidos corporales expuestos, lo cual incluso puede ser tan efectivo que permita al adjetivo "Dead" ser suplantado por el verboide (1) y es de tal manera factible tal efecto que incluso estas palabras se pueden agregar en aparente desorden (2).

1) The Rotten Cow
Dead Hen Bleeding

2) Blood Dead Cat
A Dead Scrab Dog
The Dead Cow Snot

OZZFEST: Allá vamos!!!!

miércoles, 7 de mayo de 2008

Medio tiempo

Una oficina muy nais. Alicia de treinta y cinco años, cabello corto, blusa blanca y pantalón azul está sentada al escritorio. El teléfono suena y Alicia contesta.

Alicia: Que pase por favor.

(Entra el Sombrerero. Hombre de unos cincuenta años. Viste raro, trae un sombrero de copa)

Sombrerero: ¡Buenas tardes!

(El Sombrerero se quita el sombrero para saludar, debajo de ese hay otro más pequeño, se quita ese y aparece otro y así sucesivamente hasta que se queda con un sombrero pequeñito puesto. Los demás sombreros se quedan en el piso. El Sombrerero se lleva el pulgar a la boca, lo sopla y el sombrero en su cabeza se hace de tamaño normal)

Alicia: Jeje, hola, qué tal. Siéntate por favor.

(Él así lo hace, sube los pies al escritorio)

Sombrerero: Y dígame señorita…

Alicia: Alicia.

Sombrerero: Lucía, ¿Qué la trae por aquí?

Alicia: Alicia. Jejeje. Se ve que eres muy ocurrente. ¿Trajiste tu currículum?

Sombrerero: (Incómodo) Ejem. ¿Sí, dígame?

Alicia: Te pregunto que si trajiste tu currículum.

Sombrerero: Ah sí, su currículum, claro. ¿Cuál es su experiencia laboral?

Alicia: Jeje… no entiendo muy bien las reglas, pero me imagino que esto es parte de tu presentación ¿No?

Sombrerero: Sería una descortesía no presentarse. ¿Felicia qué?

Alicia: (Inclinándose sobre el escritorio, le tiende la mano) Alicia. Alicia Bosh. Directora creativa de JP, para servirte.

Sombrerero: Usted no me sirve.

Alicia: ¿Perdón?

Sombrerero: ¿Nos conocemos de algún lado querida?

Alicia: Mhhhh… la verdad no me acuerdo, pero seguro de algún evento. A lo mejor de la fiesta del Círculo Creativo.

Sombrerero: Ah sí. El círculo… ¡Qué capacidad! ¡Qué forma más magnífica! Y qué tienes para decirme sobre el valor de Pi. Irracional, trascendental, infinito.

Alicia: (Buscando una respuesta) Una combinación perfecta ¿Eh?

Sombrerero: Nadie es perfecto Sofía. Lo irracional termina por ser vano.

Alicia: ¿Y qué opinas de la trascendencia? O sea, crees que…

Sombrerero: (Interrumpiendo) Creo que ya debe ser hora de tomar el té.

Alicia: Ah, sí. Discúlpame porfas. No te ofrecí nada de tomar. Qué pena. (Levanta el teléfono) ¿Estela? Un té y una Coca Light plis. (Cuelga) Ya, perdón. Entonces ¿En qué andábamos?

Sombrerero: En bicicleta. ¡No no no! Ya sé, viajábamos en barco.

Alicia: ¿En barco? Yo creí que…

Sombrerero: (Interrumpiendo) No creas todo lo que te dicen Lucía. Eso no conduce a nada. ¡Yo conduzco! ¿Nos vamos?

Alicia: ¿A dónde? A ver... ya perdí el hilo.

Sombrerero: ¡¿Cómo?! ¡El hilo! No puede ser. Tenemos que encontrarlo (Descuelga el teléfono) ¿Estela? localice el hilo por favor. (A Alicia) Dios mío niña, qué distraída.

Alicia: (Le arrebata el teléfono) ¡Qué haces! ¿Estela? Olvídalo. Apúrate con las bebidas ¿Sí? por favor.

(Alicia cuelga. Va a decir algo pero Sombrerero la interrumpe)

Sombrerero: ¿Es té La? ¡Estela! apura – té que ya es la hora del té! Jejeje. Qué simpática eres Lucía.

Alicia: Me llamo Alicia. Tú también eres muy simpático pero no veo que esto vaya para ningún lado. Me siento un poco incómoda.

Sombrerero: ¡Haberlo dicho antes! Le cambio el lugar en un santiamén.

(El Sombrerero quita a Alicia de su silla)

Alicia: ¿Qué haces?

Sombrerero: Aquella silla es mucho mejor. Pruébela, se lo garantizo.

(Alicia se sienta y se queda pensativa)

Alicia: Qué curioso, en todo el tiempo que llevo trabajando aquí nunca me había sentado en este lugar.

Sombrerero: Nunca digas nunca.

Alicia: Me refiero a que nunca…

Sombrerero: (Interrumpiendo) ¡Chst! Lo hiciste de nuevo linda. Es muy cómodo. ¿Te puedo tutear?

Alicia: Sí, claro que sí.

Sombrerero: (Se pone las manos alrededor de la boca a manera de megáfono) ¡Tuuuuuutututututututut! (Se acuerda de algo) ¡Estela! (Saca un reloj de bosillo y mira la hora) Ya son las seis… deberíamos tomar el té.

Alicia: No creo que tarde.

Sombrerero: Qué tarde.

Alicia: Sí está bien dicho ¿No?

Sombrerero: No lo conozco, no sé cómo esté. ¿También fue a esa fiesta de la que hablabas?

Alicia: ¿Quién?

Sombrerero: (Le extiende la mano sobre el escritorio) Sombrerero, mucho gusto. Habías dicho algo en latín. Sabes idiomas (Toma una pluma del portalápices y escribe algo) Idiomas… ¿Y qué más? Cuéntame de ti.

(La puerta de la oficina se abre y entra Estela llevando una charola con las bebidas)

Estela: Con permiso.

(Alicia se pone de pié y va hacia Estela como queriendo decirle algo)

Alicia: Te ayudo Estela.

Estela: Toma tu Coca. Señor ¿Toma azúcar?

Sombrerero: Dos cucharitas por favor.

(Estela pone la charola en una mesita auxiliar y agrega azúcar al té)

Estela: Tome señor.

(El Sombrerero da un sorbo al té)

Sombrerero: Muy bien. Un poco húmedo. ¿Y las cucharitas Estela?

Estela: Se las eché…

Sombrerero: (Mirando adentro de la taza) No las veo.

(Silencio incómodo, las chicas se miran. El sombrerero busca en la taza, mete un dedo al agua y explora adentro del té. Tira el té en la alfombra)

Alicia: ¡Oye! ¿Qué estás haciendo?

Estela: Qué barbaridad.

Alicia: Te voy a tener que pedir que te retires.

Sombrerero: No están las cucharitas. Ni siquiera una. Qué decepción. ¿Habrá un poco más de té Estela? No bebí más que un sorbito y ya pasan de las seis.

(Estela mira a Alicia inquisitiva, Alicia asiente con la cabeza)

Estela: Ok, con permiso. (Sale)

Sombrerero: Esa chica se da bastantes permisos. ¿Te cortaste el cabello Alicia?

Alicia: Bueno, al menos le atinaste al nombre (Destapa su refresco y lo bebe).

Sombrerero: Me parece que, no sé, tomábamos el té pero no era una fiesta… Sería té. Lo llevabas más largo.

Alicia: No, te debes estar confundiendo. No te conozco. Me imagino que me acordaría de ti.

Sombrerero: Puede ser. Pero siéntate.

Alicia: ¿Puedo sentarme ahí?

(El Sombrerero se impulsa con las piernas, sentado en la silla de oficina y se traslada del otro lado del escritorio)

Sombrerero: Adelante.

Alicia: Pero, mi silla.

Sombrerero: Esta otra es en verdad mucho más cómoda ¿No crees?

(El Sombrerero se levanta, empuja la silla por el respaldo, toma vuelo y taclea a Alicia de un sentón. Alicia se ríe. Dan vueltas por la oficina, Alicia se quita los tacones y quedan tirados por ahí. Van haciendo ruidos de barco, despidiéndose, ambos ríen hasta que en un momento dado el Sombrerero se cansa y frena. Alicia queda de nuevo en su lugar original, detrás del escritorio, el Sombrerero vuelve a su silla)

Alicia: Ay… jejeje. Hacía mucho que no me divertía tanto.

Sombrerero: Vine por el anuncio.

Alicia: ¿Qué anuncio? ¡Ah! Claro. ¿Puedes creer que ya se me había olvidado?

Sombrerero: Sí, lo mismo que con el hilo. Eres una chica de veras despistada.

Alicia: Em… bueno… ¿Y a qué puesto aspiras?

Sombrerero: Puesto que ya estamos donde empezamos.

Alicia: Me refiero a cuál de los trabajos que estamos ofreciendo te interesa.

Sombrerero: Vine por lo del medio tiempo.

(Alicia parece comprender, toma la pluma y apunta algo)

Alicia: Ajá.

Sombrerero: Verás… el tiempo es mi mayor inquietud. ¿Esa mujer no va a traer el té? Bueno… como te decía, es exactamente eso. La hora del té (Saca un reloj de su bolsillo) ¿Ves? Las seis. Siempre son las seis. La totalidad del tiempo son las seis. Pensé que tal vez eso del medio tiempo podría resolver el asunto, aunque no estoy seguro. Me pregunto de qué manera sucedería eso. Si habrá solución.

Alicia: ¿Me permites ver tu reloj?

Sombrerero: Claro.

(Se lo extiende. Alicia lo revisa)

Sombrerero: ¿Entiendes lo que te digo Lucía?

Alicia: Alicia.

Sombrerero: Me interesa su teoría. Si existiera tal cosa ¿Serían entonces las tres? Porque la mitad de seis es tres, pero un día tiene veinticuatro horas, entonces si son las seis serían dieciocho, (Murmura) Dieciocho entre dos serían nueve (Retoma el tono de voz normal) Entonces serían las nueve.

Alicia: Lo que pasa es que tu reloj no funciona, está parado.

Sombrerero: Pero me pregunto si no será lo mismo. Por ejemplo, si es correcto lo que ustedes afirman, si en realidad el tiempo se puede dividir entre dos sea como sea ¿No pasarían cada una de esas dos partes a ser una totalidad en sí mismas?

Alicia: No, mira. Lo del medio tiempo es sólo un decir. Significa que las personas trabajan sólo media jornada en vez de una completa.

Sombrerero: Eso mismo. Ya me lo habían dicho. No puedo escapar. He probado con todas las técnicas conocidas. Me faltaba lo de las cucharitas. ¿Crees que Estela tarde mucho con eso?

(Alicia saca su celular de un bolsillo y mira la hora)

Alicia: Ya son las seis. Ya se debe haber ido, ya se tardó mucho. Ya es hora de irse.

Sombrerero: Quieres que me vaya. Es eso ¿Verdad? No tienes que insinuar nada Felicia… somos adultos ¿No crees? Pídeme que me vaya. Vamos, pídemelo.

Alicia: ¿¡Qué te pasa!? ¡Es increíble! Qué tipo más enfermo. Pero si… ya me la estaba pasando bien. ¿Quieres irte? Te hubieras ido desde hace rato. Eres un loco. No sé qué hice todo este tiempo soportando tus delirios. ¡Retírate! Vete de aquí.

Sombrerero: (Se pasa la mano por la frente) Menos mal. Pensé que nunca ibas a pedírmelo. Desde hace rato. (Se levanta y se va poniendo los sombreros, le da sus zapatos a Alicia) Dijiste que me ibas tener que pedir que me retirara y nunca lo hiciste. Si te soy honesto, pienso que eres una persona muy inconsistente Lucía. Te hace falta claridad ¿Sabes?

Alicia: (Le recibe los zapatos y le devuelve el reloj) Ya vete. Toma.

Sombrerero: Vete con tu tiempo. Bonita frase. Dramática. Yo la dije. Sería propio despedirnos adecuadamente ¿No crees?

Alicia: Tienes razón (Le extiende la mano) Mucho gusto. Para servirte.

Sombrerero: (Se levanta y deja la silla vuelta de espaldas al público) No me sirves niña. Te queda bien el cabello corto. Au- revoir. Arigato. Good bye. Siempre tendremos París.

(Parece que el Sombrerero va a salir por la puerta pero en vez de eso va hacia un mueble modular y se mete por una de las puertitas. Alicia se levanta y va a fijarse adentro del mueble pero no hay nada. Se queda pensativa. Da una vuelta por la oficina, voltea la silla del Sombrerero y descubre un sombrero pequeñito que ha quedado en el asiento. Lo toma en las manos y se sienta ahí. Entra Estela llevando una charola con una taza de té)

Estela: Alicia, ya me voy. Me pediste té ¿Verdad?

(Telón)