viernes, 23 de octubre de 2009

María:

Estoy en Córdoba!!!! Es casi como si no lo pudiera creer. Imagino cosas y la vida cambia. Los días pasan y el tiempo.
Leímos el I-Ching. Entusiasmo me dijo. La danza, el teatro, la música. La soledad y la desolación. El movimiento.
La fuerza. No estás sola Lucía.- tu historia te acompaña. Tú María. Tu cuerpo y tu cara. El Sureste. Tu casa, nuestros amigos, mi gente. El cineclub. La oscuridad detrás de escena. Esos ojos de camello que me miraban de frente.
Todo está aquí María. Amanece y el sol se pone. Los días alegres y los tristes. Los lugares comunes.
Puedo sentir la velocidad de las cosas... la saliva se detiene y me permite mirar un momento.
"Leave". Dejar, permitir, ahuyentar. Las hojas caídas. El ritmo agudo, ahogado.
Se juntan los pintores y los punks. Los sujetos del amor, los efectos con ricitos.
El mundo sigue aquí María. Lo digo sin sentir dolor. A bordo de una línea de bajo, como si emprendiera una travesía. No sé a dónde voy a llegar pero traje todo lo que tenía. Dejé allá pruebas, vestigios de heroísmo.
No tengo alas. Soy linda: la piel se me sonroja y no termino de entender si empieza el verano o acaba el invierno. Los billetes están rotos y arrugados y el río se ve vacío; corre como tirado de un hilo. El sol es dorado fresa y los amaneceres violeta. Las latas las abren los hombres. La guerra está lejos pero se trae en la nostalgia. Te extraño flaca.
Me gustaría contarte todo esto. Pasar mucho tiempo callada y charlar con amigos. Escribir una carta. Estudiar a Esquilo. Abrazar a mi madre y a mi padre, tenerlos cerca. Tú eres mi hermana. La Caro, el Juan, mis primas.
María Laura, la que se casó, vive en casa de mi abuela. El domingo estuve ahí.
Un sillón anaranjado apareció en la entrada y la casa de una pareja. Sus cosas. En el cuarto de adelante un montón de muebles apilados conducía el camino a la puerta del clóset. La persiana de madera que no deja entrar el frío estaba baja e iluminaba de verde clarito el cuarto. La María estaba en el patio jugando con la perra. Me acerqué tanteando la madera. Apreté la puerta para que corriera bien en el riel.
Ropa doblada. Cartas y bolsas de lástico envolviendo documentos. El olor de la naftalina y algo dulce, parecido a la paja o el mimbre. El tacto de mi abuela Luci...
Había caminado casi dos cuadras rumbo a la parada del trolebús. La tarde seguía y sonreí porque había llorado cuando abrí el segundo cajón del ropero. Tomé una camiseta de algodón entre las dos manos y la apreté contra mi cara. Dije Lucía; nona. La amé tanto. Caminé haciendo olas con pasos pequeños y enuncié en mi cabeza las primeras palabras de una carta dirigida a ella, luego sonreí otra vez. Ya no estás lejos.- pensé.
Mañana compro un sobre de papel de estraza y pongo esta carta en el correo.
Nada se acaba María.

Con todo mi cariño: Lu.

viernes, 9 de octubre de 2009

Lista imaginaria

Escribió en su cuaderno.- "Me siento más en casa que en casa".
Unos días antes había recordado perfectamente la sensación en las manos de esa mesa a la que ahora estaba sentada.
Los peines estaban en el mismo cajón, debajo del lavamanos. El olor de esa casa, todavía mezclado con el del invierno. Pensó que podría quedarse ahí. Que sus tíos y sus primas eran otro par de pares, otras hermanas.
En la capital se había sentido extranjera. Incluso teniendo la posibilidad de cambiar el switch y hablar como argentina, al pedir un refresco había tenido que tomar la decisión rápido y al hablar se aferró a su tierra.
.- ¿Me da un refresco de toronja por favor? Ese. No, el de abajo, sí
ese.

Todavía no había tenido tiempo de llegar del todo: apenas desempacó dos o tres cosas, salió con su tía y la Dani a hacer unos quehaceres y comprar un par de cosas al super. Cenó con su familia y tomó dos copas de vino. La cena sabía también un poco a invierno. ¿Allá está el norte verdad tía? No recordaba haber visto el atardecer nunca en Córdoba, auqnue tampoco creía, no podía ser... sólo no se acordaba. Apuntó eso en una lista imaginaria: ahora lo vería.
No olvidaría hacia dónde quedaba el norte. Pediría un mapa en el centro para recordar el orden y el sentido de las calles. Pediría prestado el coche y conduciría hasta Alta Córdoba, tomando por la Cañada.
El grifo de la cocina todavía perdía agua, con el mismo ritmo
una, una, dos, una una una, dos.
La cuidad había crecido y la gente decía que las cosas no estaban del todo bien. Pero ESTABAN.

***

miércoles, 7 de octubre de 2009

Terminal 2, sala 58/59

La noción de irse es una acumulación de frustración anticipada hasta que llega el momento en el que aparece la certeza de partir. "Ir", "partir" no existen como acción si no se convierten en presente continuo y se traducen en salas de espera y pases de abordar, bendiciones, despedidas.
Antes, son sólo como exorcizar un alma que no está endemoniada y enviarla lejos. El presente se queda solo y vacío y el contenido completo de la caja de Pandora se muda al destino, dejándote incapáz de conservar contigo ninguna virtud ni vicio para operar en la cotidianeidad que resulta de la espera. La espera es el duelo entonces. Cualquier construcción o proyección posible se cierne allá y aquí está un remitente del que sólo queda tiempo y espacio.
Y así, después de aguardar tandas de semanas que de a poco sólo son ya días y noches, horas, después filas, turnos; alguien corta ese elástico ya delgadísimo que tensa lo poco que queda de alma, sin decir ni hola ni sí, sólo recibe tu equipaje, te pregunta tu nombre, te entrega papeles que no tienes que perder y te indica por dónde, a qué hora vas a empezar a recorrer el camino que te reuna de vuelta con tus ilusiones.
En una sala de abordar como un iceberg, te quitas el abrigo y te tocas las mejillas para ver si con las palmas puedes retirar un poco de calor, y reflexionas en que, desde que empezó esta espera, no habías percibido nada tan cálido como esto.