martes, 29 de septiembre de 2015

Dulce


Cada vez que te maldigo
una pizca de azúcar se vuelve
negra. El café
se traga y disipa las imágenes de aquella ciudad.
Hermanos lejanos habitan
tras los muros hechos de fajos
de guita/ladrones
que alguna vez entraron por
la ventana del baño.
Había quedado abierta
mientras pasábamos un día en el campo.
Me pidieron que me quedara en el auto
mientras los adultos volvían los cajones
a su sitio y tiraban las sábanas
al lavarropas como si alguien hubiera muerto dentro.
Anoche soñé que tenía una pistola en la mano
y apuntaba, apretaba el gatillo. Era fácil la muerte
era tibia como la sangre
que fluía (era dulce) por un agujero
que atravesaba mi cerebro.
Sólo estaba el cuerpo.
Nada me preocupaba.
Más fácil de lo que pensé.
Entraste cantando a la habitación
llevabas en brazos al gato
abriste la persiana
y entró la luz.
Había llovido
y no lo supe
hubiera querido escuchar la lluvia
sentir la humedad que trajo un día sereno y limpio
pero estaba dormida
soñando que me mataba.
Al parecer cualquier arma de fuego lastima la carne,
incluso al despertar. La cabeza me explota.
La fortuna no me ha traído la paz.

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