lunes, 22 de agosto de 2011

✈ Duelo No. 9,678

Mira: no hace falta que instales una alarma; te va a bastar con el mero susto. Vos te vas a alarmar. Cualquier cosa extra -vaya que le pone uno salsa a sus tacos- sería un pleonasmo. Esto es así: meta pleonasmos.
No basta conque hagas estallar los explosivos. No. Basta ya con eso de hacerlos estallar. Mañanas como hoy, absolutamente brillantes y sabidas, en las que los pájaros aterrizan en el asfalto al compás de una marcha insolente. Mañanas que no existen jamás en la ilusión, no porque no las deseemos, sino simplemente porque no estás ahora ahí, de cara al sol, con los ojos entrecerrados, -las córneas ajustadas en su sitio-, el pequeño, apenas descanso en un mísero momento de gracia, la saliva de un beso distraído. Empecemos por mirarnos las manos y acabar en la punta única donde nace lo que no muere. Siempre y cuando ahí, esté algo que nos sea posible.
No debo entablar el jardín por encima o podar mi pasto si consigo la maña de revolcarme por los parques, pulir y encerar este pelaje espeso. Tiende a desaparecer, de todas formas.
Ya te dije que ya te lo he dicho. Un encanto, un collar de flores, una daga repujada que llevas contigo. Estaríamos inclinados por sobre la neblina intentando inventar qué es lo que ocurre bajo las colchas grises. Sería el unicornio (un único unicornio) echándose a nuestros pies tan sólo para que pasemos a un lado suyo. Qué triste y qué honda es la tristeza que produce el éxtasis cuando nos ha abandonado. Intuyo bien un paralelo secuencial en el que todas éstas ondas endemoniadas se procesan, sin detenerse nunca para abstener una figura o un duelo.
Son las marcas que dejan las tijeras... el trazo... el nudo... el mundo al que nos remite un globo.
Yo podría desatarlo, borrarlo, amalgamarlo... una nueva espina chispea: tras sus resinas, el fuego.
Lo que arde no es nada: arde ya: se está consumiendo.
Empatar al menos... aunque sea la altura de las rejas. Empatar al pierde, el marcador a ceros (redundante signo de lo que arde también). Esto también.
Y esto.
Me estoy volviendo loco, dices. Lo que no se puede elegir es el tránsito rumiante de ese pastizal de irrefrenable boca seca, mastique despacio, deglución, reposo, tracto y resto. La tierra que estás pisando es mierda de lombrices; no hace falta que lo sepas.
Me he quedado ciego pero sigo en el mundo -tremendo equívoco estático que, ante ti, cobra movimiento-. Si usted entra en trance, no olvide respirar con cierta frecuencia; sacrifíquese como un delfin, pero va a resultarle imposible.
Daría aquello que no tengo para podernos cambiar las fichas. Que, utopía, no importara el color, no adquiriera el valor. Véndelo entero por dos pezuñas. Chúpate el jugo de los frutos arrancados de sus pencas. Contémplate ahí; a bocanadas de aliento inverso. Ahora ábrelos:
Los semáforos estaban apagados.
Yo no sé si escuché sonar la sirena.

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