No sé muy bien cuál era la misión. Sólo sé que debíamos sobrevivir a ese sitio. No perder a nadie en el camino, formar un equipo y ver por la seguridad de todos. Resistir a lo que fuera que estuviera allá arriba y en todas partes, con su frialdad y su blancura se filtraba despacio adentro nuestro. Nos hubiera convertido. Nos hubiera transformado en sal o en piedra alejándonos de toda posibilidad de volver a ser nosotros mismos, de volver a calentar nuestra piel o darnos un abrazo, de percibir la luz más vulnerable, esa que se enciende junto con la madera y que puede ser color de rosa, lila o crema como un durazno.
Íbamos contra el reloj. Teníamos que salir de ahí y debíamos hacerlo rápido. No bastaba con salir por la puerta: afuera no había nada. No habría nada hasta que resolviéramos el asunto. Necesitábamos organizarnos. Teníamos que usar todos los recursos y las capacidades de cada quien. Teníamos algunas armas pero nos dábamos cuenta que no servirían de nada. Sosteníamos esos palos en el aire sólo para aferrarnos a algo, pensando que tal vez sería mejor agarrarnos de las manos. Llevábamos lo puesto, lo que uno siempre trae encima. Como mucho un cinturón, un reloj, un celular, un alfiler de gancho.
También pensamos en ceder. Hacer un círculo, apretados unos contra otros, las cabezas juntas, el calor de nuestros alientos, y despedirnos de todo ahí, en la penumbra formada por la fuerza de nuestros cuerpos, como una casa en ninguna parte, ahí... decirnos hasta nunca. Morir juntos. Con recuerdos, con amor.
Pero no lo hicimos. Necesitábamos una idea, un último intento. Las reglas eran esas, como las de un cuento de hadas o una historia épica.
Se me ocurrió una idea: desde algún dispositivo que no sé quién tenía o de dónde sacamos mandé un Twitter. Tampoco sé qué decía pero eso nos salvaba. Es gracioso.
Creo que lo que sucedió fue el hallazgo de la posibilidad de romper la ley de ese sitio de un modo tan simple, con algo tan al alcance, una ocurrencia que aplastaba toda la coherente y lo serio de ese mundo tan fácilmente como aplaudir sobre un mosquito. Tal vez esa fue la clave del éxito. Me hizo pensar en los recursos que tenemos y en lo importante que es cómo, cuándo y para qué los utilizamos sin importar qué tan bastardos pensamos que son. Yo ni siquiera tengo Twitter.
Hacía bastante que no posteaba. Pensé que valía la pena compartir esto.
Les mando besos.
Lu =)!
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