Un pedazo de masa se desarrolla en mi garganta. Está a mitad de camino
entre lo que quiero decir, lo que me he fumado y masticado en estos
días y en todos estos años, un año nuevo marcado por la ausencia de
gracia, y la gracia que todolo entrega. Las cosas que soban y las que se
meten en la casa, todos estos juegos de llaves metidas en argollas que
evocan los pañuelos de todas mis primas y de las abuelas, un tejido de algodón color de
rosa, de azúcar, Lucía y Julieta. Esos nombres juntos para siempre en la
ciudad de Babel, donde todos se encuentran entre las distintas palabras
y músicas, conociendo todos los lenguajes al mismo tiempo,
bibliotecas vivas de mambo y música de los noventas, la década en la que nuestros amigos nacieron a las trompetas subtropicales, las moléculas subatómicas, los comportamientos de las distintas sales, de
todo el plomo que nos comimos alrededor de nuestros combustibles y nuestros vehículos, todo este humo quemadándose y nadie que sepa cómo se
cierra la canilla del gas, dónde carajos quedó sepultada bajo todo este
cemento. Una tira, una historieta enorme de palabras que dibujan las
imágenes de un circo de mujeres pequeñas con grandes pectorales, la
lengua lastimada y un poco de saliva en las heridas, la miel del cuerpo
inerte, de todo lo que se le pega cuando escuchamos las sirenas y tienen
dientes y escamas como plumas, tener semillas y regalarlas, lentejas en
cuencos tirando raíces porque están cargadas de un jugo blanco y si tomaras
un vaso de eso tal vez podrías morir con sólo, apenas, tocarlo con tus
papilas. Como una púa de vida en la punta del cuchillo, una manifestación
del veneno que concentra los poderes creativos, la potencia del
oscuro y la del blanco, la luz infrarroja que quema los negros. Juegos
continuos de colores y texturas desfilan ante nuestros cerebros
llenos, hay algo de panfleto, de lo que entre todos dicen, eso que
se data comoformando filas o pilas, cadenas enteras de manifiestos
estares, qué postura ante la máquina como tirada en el suelo, con el pelo
largo y despeinado en el living de tu casa o de la casa de tus viejos,
la casa vieja en la que estaban esas personas sentadas en el patio
al fondo de un pasillo de ladrillo visto sobre el que trepan los tallos
de hiedra. Me voy a ir a dar un baño, como para dar otra vuelta.
Aquí volví, dicen en provincia.
Vino un
chico a la pieza y me sirvió más cerveza. Es martes a la noche. Volví de
la Casa 13, fumé marihuana y tuve miedo de la cana, me puse una gorra y
los tacos fluorescentes. Hay un cienpiés en mi cabeza, no es de goma ni de seda,
su larga cola gris se asemeja a la de una muñeca sin cabeza.
A mí
también me duele el pecho, no me duele diario, pero puedo sentir como se
afilan mis huesos, sus puntas se proyectan hacia la enormidad de mi vaso
de cerveza. Los 30 se celebran. Al gato le gusta que yo juegue con los
dedos, que peguen sobre el tapete, su cola se mueve y los bigotes se le
hacen para adelante como antenas, hace una mueca. Tal vez vuelva.
2 comentarios:
Los 30 que se celebran y lo que me he fumado en estos años :) qué lindo! abrazo lucía!
Querida Abia,
Qué gusto que te aparezcas hasta acá abajo. Te mando cariños también y espero que te encuentres bien.
Atte: Lucía
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