martes, 4 de diciembre de 2018

Campos de goma

Cuatro mil veces, al menos, 
he pasado bajo este puente. 
Las golondrinas anidaban en la vieja fábrica.
Formaban enormes nubes expansivas, 
miles de negras señales pequeñas, una galaxia de pájaros, entrando, 
de a uno,
por el hueco de la chimenea.
A veces, antes de levantarme, sentía chillar el silbato 
del ferrocarril a Cuernavaca.
En aquel baldío, enormes montañas
de barriles
de colores
se apilaban
y las enredaderas azules, violetas, color fucsia
habían conquistado la altura
trepando cilindros de metal oxidado.
F
lorecían de nuevo en la mañana. 

He recorrido este mismo camino unas 

cinco mil quinientas veces
y durante muchísimas horas hubo un campo de goma
sosteniendo abierta mi boca.
Verdes o azules los campos, la lengua un pedazo
de carne abandonada. 
Una muela hueca.
Han demolido la chimenea de la vieja fábrica 
en la fachada del edificio 
cuelga un cartel que dice
se alquilan
bodegas
baratas.

La goma es inerte y elástica.

Es envidiable realmente la condición de la goma.