miércoles, 14 de julio de 2010

Amoral

Miles de personas se congregaron hoy en distintas ciudades de Argentina, convocadas por la iglesia católica, para expresar su desapruebo a la derogación de la ley que licita el matrimonio entre parejas homosexuales. Una visión terrible: hombres y mujeres del siglo veintiuno, nuestros congéneres, nuestros contemporáneos, los sujetos con los que debemos compartir el mundo. A los que les cedemos nuestro lugar en el colectivo, a los que les ayudamos a levantarse cuando se tropiezan en la vereda, los mismos que dicen seguir el ejemplo de Jesucristo, un tipo más que dedicó su vida a intentar difuminar esos bordes que entre todos nos esforzamos en poner en medio de nosotros y continuamos separándonos, segregándonos, evaluándonos. Seguimos siendo esos mismos salvajes con bikinis de mapache con un defecto de fábrica extra: como ya no tenemos que preocuparnos por sobrevivir porque vivimos en un mundo de excesos; como ya no tenemos que preocuparnos por trascender porque las siliconas de nuestras nuevas tetas no se van a biodegradar jamás, muestra de que estuvimos en esta tierra; como no tenemos que preocuparnos por las pestes porque Lysoform viene en aerosol y mata el 99% de los gérmenes, como vivimos en la fértil y salvaje Latinoamérica y todavía le cuelga para que hasta acá llegue la guerra que lo devaste todo y nos deje lo suficientemente desnudos como para darnos cuenta de que todos somos iguales... Nos queda algo de mierda que adquirimos en algún momento del camino, craso error apostólico cortesano, de la que todavía no podemos deshacernos y que, para nuestro pánico, entre más banal se vuelva todo esto, más tiempo vamos a tener para seguir trayéndola a colación: La moral.
La moral es una cosa absurda que no existió nunca hasta que los seres humanos estuvieron lo suficientemente al pedo como para empezar a fijarse en los demás, aún cuando el bien común ya había sido conseguido. Como ya estábamos bien a un nivel masivo (no digo que fuera justo, simplemente ordenado) -habíamos conseguido crear un sistema jerárquico general en el que había un sitio para cada cosa, incluso para la perversión, para la corrupción, para la enfermedad-, empezamos a aburrirnos tanto de no tener nada de qué quejarnos que no nos quedó nada mejor para hacer que ver la paja en el ojo ajeno: reciclaremos la metafísica y la utilizaremos para darnos a todos en la madre, para retorcer todo lo retorcible. Enjuiciaremos a los padres que fotografían a sus niños sin playera porque nosotros mismos somos tan asquerosos que no podemos mirar esa escena sin salivar. ¿Si no por qué lo haríamos?
Porque una cosa es sentarse a hablar con alguien, cuando algo te afecta directamente, y decirle mira, lo que estás haciendo a mí me hace mal. Eso tiene un sustento de amor. Un sustento de comprensión. Agradezco infinitamente el estar rodeada de seres que son capaces de hacer eso, de poner por delante el respeto y el cariño. Que por más que todos somos prudentemente ateos nos limamos la cabeza para convencernos de que somos hermanos. La ética es natural al hombre y podemos explicarnos, discutir. Tal vez no lleguemos a nada pero podremos decir, bueno, está bien… me sigue doliendo pero escuché lo que dijiste y, lo crea o no, agradezco que hayas estado frente a mí y lo hayamos aclarado. Pero la moral es una construcción deshonesta producto del malentendido de la libertad humana. Del estúpido síndrome de abstinencia. De la gente que sólo puede controlar el hoy ya que no alcanza a avistar lo que le puede pasar mañana. Como los alcohólicos anónimos que deciden seguir llamándose a sí mismos enfermos cada día en vez de elegir curarse o chupar en paz. Como el “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” con la megalomanía que implica el creerse capaz de hacerlo todo ahora mismo. Y hoy te juzgo, te rechazo, te limito, te tiro mala onda ya que estamos porque quién sabe si mañana lo podré hacer.    
Es en verdad triste que desde lo particular hasta lo universal sucedan cosas semejantes a esa. Que nuestros semejantes canten respeto y después nos digan que lo que hacemos, lo que somos, nuestros valores están mal, que somos malos. Una maldad abstracta que sólo llevamos cargando porque alguien nos la puso, nos la tiró como la piedra del evangelio de San Juan.
“Ah, pero si yo quiero tirar una piedra, la tiro. Soy un hombre libre” Sí mi amor, tírala y córrele en la dirección opuesta. Pero las pedradas duelen. Y los que las reciben, también pueden tirártelas, mañana, cuando te vuelvan a encontrar. La única piedra con la que se puede tirar y después dar la cara y decir no me arrepiento porque lo hice con el corazón, es el amor. Y ellos, lo que estaban esta tarde en la plaza, no saben nada de eso.

1 comentario:

Karlyle dijo...

Tienes tanta razón, porque resulta incomprensible que otras personas, en nombre de esa "moral, estén en contra del amor, porque no conciben que existen diferentes formas de amar... Eso, en ningún lado puede considerarse ético.

Me gustó mucho tu blog.

Saludos!