domingo, 25 de abril de 2010

A mamá:

Se fueron ustedes y todo volvió a una normalidad extraña. Una normalidad que se sabe lo es simplemente porque trae consigo una sensación que no es nueva, pero extraña porque tampoco es dulce ni cercana, más bien distante y difícil de especificar el gusto que deja en la boca.
De cualquier modo, como buena normalidad siguió y ese sábado que parecía domingo ustedes se fueron y terminó algo, empezó otra cosa, claramente, nítidamente, precedida por unas pequeñas vacaciones esa tarde y el domingo, sabiendo que en cuanto se hiciera lunes el cambio sería totalmente patente e inmutable.
Como todo cambio, una vez que sucede sigue avanzando y no cesa hasta que inicie el proceso mediante el cual se producirá el siguiente. Por lo pronto no vislumbro nada más que el estreno de Los campos de algodón, que en el transcurso de esta semana se va a empezar a ensayar en el espacio definitivo y hay que empezar a apresurar los preparativos de producción. Está quedando hermosa y me gusta. Ya sabes, siempre me gusta el teatro, no importa si hay odaliscas contando cuentos o locos recitando pasajes de la biblia, o como en este caso simplemente alguien que vende y alguien que compra con la inconsistencia de que el que compra nunca logra decirle su deseo al que vende. Finalmente las cosas se parecen, los genios de las lámparas maravillosas, los vendedores y los compradores, los locos y los cuerdos. Siempre uno tiene un deseo difícil de enunciar y casi por ley lo que no tiene nombre sólo existe de manera abstracta, no sólo imposible de decirse sino también de hacerse o de ser o de estar. Hartante hasta la náusea o hermosamente bello, depende con qué paz, con qué claridad uno se aproxime a ese deseo.
Sin duda no deseaba sacarme un 4 en el examen de lingüística que presenté cuando todavía ustedes estaban aquí. Casi me caigo de espaldas. Pasé dos días muy enojada. Por suerte no tenía nadie a quien tirarle la bronca y, como siempre hace uno en esos casos, lo malo es que me la tiré a mí, pero vaya que me lo merezco. Qué pajera. Eso fue hace ya más de una semana y hoy todavía lloré unas lagrimitas de frustración y de torpeza, tristes por ese puto 4 y también por ese deseo sin nombre. Por que no sea un pececito que nada en una pecera redonda apoyada sobre el marco de la ventana, o un libro cuyas hojas se pasan con el dedo húmedo, o cualquiera de las cosas que se pueden guardar en mi mochila y hacerlas pasar por millas, fronteras, aduanas y llevarlas con uno, acompañándolo a uno, aunque me vaya lejos, aunque estuviera sola, aunque quedara ciega. Estar bien, así, ahí o acá.
Porque la manera más idiota, fácil, rápida y obvia de llegar a la nada es continuar preguntándome si estoy en el lugar adecuado, ya no geográficamente sino ahí, acá, estudiando estas letras que tanto me gustan y sin poder aún explicarlas con palabras rimbombantes, fiel a la idea originaria de que lograré desentrañar los misterios del mundo con sólo unos cuantos elementos simples, sin tablas periódicas ni revolución saussureana, con la periodicidad de los días que pasan y algo que rime con banana.
La vez pasada, en una clase, se pusieron a hablar de algo que parecía interesante: una conferencia que dictó Foucault que se enrollaba sobre el tema de los hombres, la verdad y la justicia. Por ahí saltó alguien a preguntar a qué se refería el franchute cuando hablaba de resistencia. En primer lugar en ninguna parte de la conferencia estaba esa palabra, sino que la profesora la usó para dar un mal ejemplo de algo. El resto de la clase giró en torno a una resistencia inexistente y a contestar una pregunta a una persona a la que al parecer su gorro de lana peruano no le permite pensar en un significado propio derivado de esa palabra y, peor que eso, que probablemente no logre desarrollar uno nunca porque nunca ha tenido que utilizar el infinitivo de esa palabra: nunca ha tenido que resistir nada.
Y bueno… que ellos resistan y oreen sus tubérculos, como dice el capitán de La Victoria en el libro que aún no voy a escribir. Que quemen sus naves y sus libros en la búsqueda, ya no de nombrar a su deseo, sino del deseo mismo. Que quemen sus ojos leyendo lo que alguien escribió acerca de un libro que leyó que hablaba sobre un libro que hablaba sobre otro libro que alguien leía y califiquen esa mamada metatextual. Que aprendan a explicar un concepto con las mismas palabras que usó el primer guey que trató de explicar ese concepto hace cien años. Yo seguiré yendo a la escuela a encontrarme con Aristóteles y entenderme con él, a aventurar comunicarme con alguien, a hablar cada vez menos y escuchar cada vez más, a sentir pena por el pobre franchute que ya está muerto y la gente todavía sigue queriendo meterlo en el ínfimo cajón de la psicología o de la sociología o de la antropología, la historia, la ontología, incapaces de comprender que era un escritor y podía escribir acerca de lo que se le diera la gana y lo hizo. Es tan fácil remover una etiqueta que resulta extraño ver cómo la gente saca de su portafolios millones de pequeños rótulos, acomodados alfabéticamente por materia, título, revoluciones, esperando pegarla en algún lado y creyendo fielmente que una vez que hayan hecho eso significará que lo comprendieron.
Siempre me han gustado las estampas. Las estampas de flores, de zapatillas de ballet, con brillantina. Uno compra una plana y no puede esperar a encontrar el lugar adecuado para pegarle la smile, el hombre araña, el pececito dorado. Es bastante malviajante intercambiar mis estampas de terciopelo por unas blancas, rectangulares y alargadas que dicen METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN u otra más fea todavía FILOSOFÍA DE LA SOSPECHA
???
!!!
Pero ya sabes cómo es, mamá. Yo me sigo riendo cuando algo me da risa. Me sigo sonriendo cuando algo me da gusto, sigo disfrutando de caminar los días que el sol entibia y de tomarme un café caliente a la hora de la siesta. De visitar a los que tengo ganas de ver y de recordar a los que extraño. Todavía no te extraño tanto. Apenas un poquito. Anhelo sí, eso sí. Ir al súper contigo a comprar lo de siempre, llevarlos a ti y a papá en el auto a algún lado, por una avenida ancha o por una carretera, sentarme en la cama con ustedes a leer un pasaje cómico de Umberto Eco… vaya, las cosas lindas de la vida pues, con ustedes.
Cuando evito lo fácil, lo rápido y lo obvio me acuerdo que mi misión en este mundo es pasármela bien. Que soy un personaje cómico. Que no le pongo azúcar al café porque no me hace falta. Que debe haber cierta dulzura incluso en renegar.

* Escribir más. Más.
* Leer más.
* Estudiar más.
* Nada más.

Y todo lo demás está joya.
Te amo madre.
Mil besos.
Lu =)!

1 comentario:

Lucas Aguirre. dijo...

ys mismito le hago leer el posteo a la jose, ja seguro se va a sentir identificada, de hecho alguna vez ha venido con similar fiebre por exceso de contemplacion de etiquetado racionalista compulsivo.
Mi facu tambien tenia mucho de eso el otro dia fui a la charla de un artista que no podia dejar de hablar en metaforas. Pero no podia realmente. el tipo era un salame. eso es una metafora no?
beso!