lunes, 14 de diciembre de 2009

Epígrafe

Los días de nuestro calendario gregoriano se vuelven cada vez más largos y las noches son claras. Orión brilla tanto que el mismo Zeus, si pudiera verlo desde aquí, lo envidiaría y al mirar la Cruz del Sur me parece como si fuera yo quien estuviera parada justo en la intersección de los puntos cardinales. Así, también están los días en los que no encontraría nadie más pendejo que yo sobre la tierra ni buscando entre los que intentan emprender el vuelo prendidos de la cola de un papalote. Fray Servando en El mundo alucinante visita un lugar guiado por un príncipe. A veces uno sólo está de viaje y camina entre los poetas y las orgías intentando que nada le perturbe. Pero cuando te despiertas el viaje ya está hecho y una cosmogonía tan nítida es imposible de olvidar.

Dentro de tres meses cumplo veinticinco años. Veinticinco es un tratado completo de semiótica. Apenas ahora se me ocurre pensar que a lo mejor había cosas que hacer antes de que eso sucediera. Cuáles no sé; tampoco es cuestión de vivir insatisfecho. Y mientras me percataba de algo que termina, escribí el título en esta hoja en blanco.

Estamos en diciembre y soy de esas personas tan retro que conservo la necesidad de escoger este momento en el tiempo para hacer una recapitulación. El 2009 ha sido probablemente el año en que más horas he pasado durmiendo y en que menos horas he trabajado. Ignoro también si en todas esas horas de sueño me acurrucaba mirando hacia la pared buscando olvidarme de los cíclopes tendidos a mi derecha o en realidad los otros son un reflejo tan bello y perfecto de nosotros mismos que al contemplarlos con luz de sala la materia se nos hace náusea y quisiéramos ser sólo alma y descansarnos del quehacer tan fatigoso de tenernos sólo a nosotros mismos, único hecho para el cuál el albedrío no conduce hacia ninguna dirección.

No es que esté cansada: es muy fácil apresar mis propias nociones ingenuas entre el pulgar y el índice y aplastarlas como a una polilla. Y si alguna vez dije estar cansada de algo hoy puedo acudir a la vulgaridad de la entropía: No estoy cansada.

Podría pronunciar el discurso del héroe mediocre porque la esperanza es un boomerang lanzado con furia para que se estrelle en el parabrisas del horizonte: le has gritado a Dios que se vaya a la mierda y te has secado las lágrimas con un kleenex, con un pañuelo, con el trapo de la cocina, con la toalla en la que te tiendes a tomar sol, hasta que de tanto llorar te sale sangre por la nariz. Y metiste todo en una bolsa y la pusiste en un estante para que no perderla hasta que un día dijiste.- Basta de guardar esta basura-. Y le hiciste un nudo y la metiste en la caldera y permaneciste detrás del vidrio mirando cómo se incineraba. Después juntas las cenizas con una pala y las metes en una urna hasta que un día pasas por el comedor y te preguntas qué carajos hace un frasco con polvo arriba de mi linda chimenea y lo coges con las dos manos, te pones el impermeable y agarras un taxi. Lléveme lejos. Una vez ahí caminas hasta la mitad de un puente bajo el que corre un río revuelto de fuerza y agua dulce, quitas la tapa y tiras las cenizas. El viento las teje en el aire y después caen, se mojan y se las bebe el agua. La urna también la arrojas y se revienta en el fondo del río. Se acabó. Las nubes negras del Oeste que siempre te pareció estaban lejos, ahora están justo arriba de tu cabeza y de pronto llueve.

Todo eso pasó y vas caminando despacito hacia alguna avenida cuando un objeto sólido te golpea en la nuca. Varios días después brincas de la cama de la sala de recuperación sin entender cómo llegaste hasta ahí y cuando recuerdas todo y tu respiración se calma ves que en la mesita de luz está esa enorme pieza de madera que una vez alguien te dijo que no perdieras nunca.


Quién sabe si uno alguna vez comprende que no importa cuántas veces creas haberte deshecho totalmente de tu propia pulsión de vida, mientras no te decidas a pegarte un tiro en la cabeza, un día vas a descubrir que está otra vez ahí.

Y el héroe, mitad ternura mitad absurdo, que se sube al podio para intentar decir algo con el boomerang bajo el brazo, no encuentra ni una sola palabra que valga la pena de ser enunciada. Porque la gente de su pueblo en verdad es una casa vacía, parecida a la de todos los otros héroes, habitada únicamente por él, quien; cualquiera que haya sido la proeza; entiende que no es menos o más grande que otras porque todos tenemos una vida.

A veces releo las líneas que escribo y les encuentro parientes de libro de autoayuda. Cuando las moralejas están implícitas no hace falta ponerlas en ningún lado y si además carecen de trasfondo moral incluso dejan de ser aquello que son.

Y así empieza cada historia, con alguien que ya sabe algo, que va a olvidarlo para luego acordarse de que lo sabía y preguntarse si en realidad es posible trazar el camino como una línea recta o el principio (que siempre parece un final) en realidad es lo único susceptible de suceder.


* Gracias a Jose por regalarme el capricho de la esperanza.

1 comentario:

agite dijo...

Hola, Lucía! me gustó lo que leí! ya voy a volver para leer más. gracias por pasarte por mi blog, te acabo de linkear. y perdoná que no haga un comentario tan lindo como el tuyo, no estoy a la altura.
saludos!!!