miércoles, 7 de octubre de 2009

Terminal 2, sala 58/59

La noción de irse es una acumulación de frustración anticipada hasta que llega el momento en el que aparece la certeza de partir. "Ir", "partir" no existen como acción si no se convierten en presente continuo y se traducen en salas de espera y pases de abordar, bendiciones, despedidas.
Antes, son sólo como exorcizar un alma que no está endemoniada y enviarla lejos. El presente se queda solo y vacío y el contenido completo de la caja de Pandora se muda al destino, dejándote incapáz de conservar contigo ninguna virtud ni vicio para operar en la cotidianeidad que resulta de la espera. La espera es el duelo entonces. Cualquier construcción o proyección posible se cierne allá y aquí está un remitente del que sólo queda tiempo y espacio.
Y así, después de aguardar tandas de semanas que de a poco sólo son ya días y noches, horas, después filas, turnos; alguien corta ese elástico ya delgadísimo que tensa lo poco que queda de alma, sin decir ni hola ni sí, sólo recibe tu equipaje, te pregunta tu nombre, te entrega papeles que no tienes que perder y te indica por dónde, a qué hora vas a empezar a recorrer el camino que te reuna de vuelta con tus ilusiones.
En una sala de abordar como un iceberg, te quitas el abrigo y te tocas las mejillas para ver si con las palmas puedes retirar un poco de calor, y reflexionas en que, desde que empezó esta espera, no habías percibido nada tan cálido como esto.

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